Por Hech Rivas
Llegué a la capoeira gracias a Darío, mi hijo. Ingrid (su madre) decidió meterlo a gingar porque valoró todas las virtudes contenidas en este arte: danza, lucha, música, canto, acrobacia, historia, tradición, entre otras. Ingrid ya para entonces vislumbraba estudiar la historia de la esclavitud en Brasil y no dudó en ver en la capoeira todo un mundo de aprendizaje para nuestro hijo.
Yo estuve de acuerdo con ella y fue así que en 2008, Darío, a los cinco años, ya era parte de Longe do Mar. En esa época la ahora CM Rosita estaba embarazada y las clases infantiles fueron asignadas a Profesor Arame. La experiencia fue maravillosa y a Darío le encantaba tomar clases de capoeira.
Yo aún era, simplemente, el papá que iba a llevar a su hijo a tomar clase pero veía como volaban, pateaban, gingaban, cantaban y tocaban en las rodas y mi corazón latía con fuerza cada vez que alguien hacía un floreo al ritmo del berimbau, del atabaque y los panderos. Pero había una barrera generacional enorme entre los capoeristas y yo… Todos me saludaban de usted y eso me asignaba cierto epíteto: el de señor, don o ruco. Pensaba entonces que eso de saltar y gingar ya no era tema para un hombre de 36 años, que además, tenía ya una enorme panza chelera. “Como chingaos no conocí este desmadre antes, en mis veintes”, pensaba.
A menudo platicaba con M. Cigano sobre diversos temas y cierta ocasión le comenté que estudié teatro en el CUT y que la acrobacia me fascinaba y trató de alentarme para tomar clase. No lo consideré hasta un año después cuando en una conversación con Lalodonte me dijo algo así como: “Mira la capoeira es muy generosa porque puedes entrar a cualquier edad, no importa que seas un anciano. Además se te ve que mueres por aprenderla.” Sí, Lalodonte había leído el deseo en mis ojos y había destruido el pretexto de la edad con el cual me escudaba para no empezar a practicar, así que en 2009 comencé a entrenar con el grupo en la clase de M. Cigano.
La capoeira te enfrenta con tus miedos pero te da muchas armas para combatir a los fantasmas. Ella y Longe do Mar me ayudaron a enfrentar una de las crisis más fuertes de mi vida. En 2010 decidí encarar mi alcoholismo y dejar de beber y no fue en AA, ni una fuerza superior, ni dios (“si dios me hizo ateo quién soy yo para contrariarlo…”). Ella me ayudó a fortalecer la voluntad, a fuerza de gingar y jogar, para retirarme a tiempo de mi consumo masivo de chelas, antes de que mi cuerpo colapsara o el vacío se apoderara definitivamente de mi existencia. Digamos que la capoeira me dio el temple, me ayudó a fortalecer la voluntad y la sonrisa de Darío me otorgó el amor necesario para saber que estaba listo para dejar el alcohol, ese gran maestro, que ya me había enseñado todos sus secretos y que, como todos los ciclos en la vida, había que cerrarlo.
En Longe do Mar encontré más que una familia, un clan o, mejor aún, una manada. Esta manada me hizo saber que cuento con amigxs y compañerxs dentro y fuera de Odara y con ella entendí que muchas de las mejores cosas de la vida se viven colectivamente, con la familia ampliada.