Por: Fernando Tapia (Frango LDM)
Hace seis meses falleció alguien muy querido. Nunca había sentido la ausencia de alguien tan cercano, ni me había enfrentado a la realidad de la muerte, no tuve oportunidad de decir adiós. Regresaba de unas lindas vacaciones en Brasil y estaba lleno de ideas constructivas y alegres, para una semana después enfrentarme a esa profunda tristeza.
Le conocía muy bien, no tuvo que decirme nada para que supiera que él vivía con VIH. Tengo que aceptar que no me preocupé mucho, pero me tomó por sorpresa lo rápido que escaló para complicarse hasta convertirse en SIDA. Me dolió mucho.
No pude explicarme que pasó… sencillamente esa persona ¿decidió no vivir más? A pesar de la información, a pesar de los tratamientos, a pesar de tener una familia amorosa, a pesar de vivir en los tiempos que vivimos. Aún me pregunto porqué…
En el afán de sanar mi alma y encontrar respuestas recordé lo que pensamientos y filosofías ancestrales pregonan, que la felicidad esta en uno mismo. Mi experiencia personal me lo ha enseñado también, pero aún con esa certeza, continuaba el dolor y desconcierto ¿qué hacer?
Sin nada que remediar, impotente ante la perdida, mi pensamiento regresó a construir… a ese viaje maravilloso a Brasil, a la capoeira. Pensé en cómo a lo largo de estos años la capoeira me ha acompañado en innumerables viajes personales, para sanar, para alegrarme y para recordarme que es maravilloso respirar, que es simplemente hermoso sentirse vivo.
Por eso me pareció lógico compartir la Capoeira a personas que vivieran con VIH y quizá tuvieran esa falta de motivación por la vida, quizá una experiencia similar le pudo haber faltado a esa persona que tanto amé, quizá sí estaba en mis manos hacer una pequeña diferencia. Así fue como decidí compartir lo poco que sé de ese arte y comencé a dar clases.
Compartí mi idea y mis pensamientos con las y los compañeros de Longe do Mar y me apoyaron con muchos contactos de personas que trabajan sobre el tema del VIH hasta que encontré un lugar que me abrió las puertas, aun con mi poca experiencia, pero con mis muchas ganas de compartir.
Ahora llevo seis meses en ese espacio, donde cantamos, bailamos, pateamos, miramos el mundo desde otra perspectiva. Donde sin esperarlo tengo la posibilidad de tocar la vida de personas de una forma que nunca imaginé. Donde ingenuamente pensé que podía ayudar a alguien y resulté ser yo el ayudado, hasta hoy, a sanar la ausencia con sus sonrisas, su buena disposición y su energía, su axé.
Gracias capoeira, por sanar mi alma desde que tocaste mi vida la primera vez. Gracias Longe do Mar por compartir conmigo todas esas enseñanzas y mostrarme que hay riquezas que no se comparan con nada material.
Aunque aún me pregunto ¿por qué? ahora me siento más tranquilo.
Foto: Archivo LDM