[:es]
Por: Isabel Contreras Islas
Quién habla
Para que averigües un poco sobre quien te habla, te platico: Tengo sesenta y nueve años, estoy casada y tengo dos hijos. Soy Doctora en Letras por la UNAM, institución en la que presté mis servicios durante 28 años y de la que me jubilé en 1987. Actualmente me dedico a la enseñanza y a la investigación en la Universidad Iberoamericana, donde trabajo desde hace 26 años. Hasta antes de 2010, lo que llenaba mi vida era el trabajo académico. Durante casi cincuenta años, mi vida transcurrió sentada doce horas diarias, que repartía trabajando en el computador, sentada frente a un grupo de estudiantes y secuestrada dentro de un automóvil.
Descubro la Capoeira
Hacia el año 2001, cuando mi hijo me externó su deseo de practicar capoeira, esta palabra no me decía nada, desconocía totalmente su significado. ¿Qué es eso de capoeira?, le pregunté, “una arte marcial brasileña”, me contestó. La respuesta no me sonó tan agradable; sin embargo, David quedó inscrito al grupo Longe do Mar, en el estudio ubicado en la calle de Santa Ana, atendido por Rosalinda Pérez Falconi y Adolfo Flores.
Cuando comencé a darme cuenta de cómo en la práctica de esa arte marcial se cantaba al ritmo de instrumentos de percusión y cómo en el juego el cuerpo debía moverse sensualmente acompasadamente con la música, me gustó la elección hecha por mi hijo de aprender capoeira. Sin embargo, debo confesar que al presenciar las clases y esperarlo, observando monótonamente el calentamiento, la ginga, los parados de cabeza, las meia-luas, la cocorinha, las cinturas desprezadas y algunos saltos acrobáticos más; me decía “si yo estuviera más joven, me hubiera encantado poder llegar hacer lo que veo”. Recuerdo que esas tardes que iba a recoger a mi hijo, procuraba llegar a la roda que siempre hacían al final de la clase. No sólo me gustaba verla, sino que la disfrutaba mucho moviéndome al ritmo del pandero y el berimbau.
Después de seis años de práctica, David comenzó a dar clase de capoeira en el club familiar al que asistíamos los fines de semana. Un domingo, me invitó a hacer el calentamiento con su grupo, me sentía muy bien ejercitando mi cuerpo. Un buen día me dijo: “¿Quieres probar quedarte a la clase? Sólo haces lo que puedas”. Acepté y me quedé sorprendida de que pude realizar la mayor parte de los ejercicios que ejecutaban niños y jovencitos. A partir de entonces, con el monitor Biriba Branca (David), surgió en mí el gusto por la capoeira, naciendo con ello una nueva pasión en mi vida que, hermanada a la académica, me mantiene feliz y realizada.
Qué me ha dejado la capoeira
La capoeira me ha traído vida, me da vida. Estoy convencida que es la actividad que me mantiene vital y, sobre todo, feliz. Estoy segura que a la mayoría de quienes practican esta disciplina, cada uno según su edad, también les brinda y regala felicidad. Sí, nadie puede ser infeliz practicando capoeira.
Una de las cualidades del ser humano es cambiar y evolucionar, nosotros no somos los mismos a los quince, treinta o setenta años. Y, al parejo que nosotros vamos transformándonos, también la noción, la idea de lo que estimamos por felicidad, cambia. Pero la magia de la capoeira es ese obsequio de alegría y felicidad que también cambia junto con nosotros, ajustándose a nuestras posibilidades. Por ejemplo, a mis años, la capoeira me mantiene fuerte y con energía física, emocional, mental y espiritual. Física porque los ejercicios me mantienen sana y con buena condición; mental, al tener que memorizar los ejercicios, las secuencias, las canciones; el atender y cuidar la coordinación que se requiere para controlar los movimientos, para tocar y cantar, etc., han puesto a trabajar la parte cortical de mi cerebro. Emocional, porque la capoeira es una arte sensible, pasional, lúdica; y espiritualmente porque ha venido a reafirmar mucho mi carácter, mis convicciones. Todo ello ha repercutido en el desarrollo de mis proyectos y decisiones de vida. Puedo decir que desde que hago capoeira, he cambiado mucho, me he vuelto, incluso, más productiva académicamente, más activa, ha agilizado mucho mi mente y me ha hecho muy feliz.
Pero quizá el mejor provecho que me ha brindado este arte marcial, es que me ha sacado de la forma de vida individualista y hedonista que tenía antes de practicarla; un modo de vivir en el que se me dificultaba tomar en cuenta al otro. Me ha enseñado a salir de mí, a colaborar; y esto, lo debo a que la capoeira no se goza ni se disfruta a solas. Para vivirla necesitamos siempre del otro.
Ahora a estas alturas de mi vida, me duele pensar que algún día, cuando mis condiciones de salud me lo requieran, tenga que dejar la capoeira. Tal vez entonces mi felicidad también vaya desapareciendo, junto a mi vitalidad. Pero mientras tanto: ¡Gracias Capoeira! por el regalo maravilloso que me has dado. Gracias a Rosa y Adolfo que me apoyan tanto, y a mis maestros: David, Lobo y Batería, gracias por su paciencia.
Fotografía: Pupé Pierdant
[:pb]
Por: Isabel Contreras Islas
Quién habla
Para que averigües un poco sobre quien te habla, te platico: Tengo sesenta y nueve años, estoy casada y tengo dos hijos. Soy Doctora en Letras por la UNAM, institución en la que presté mis servicios durante 28 años y de la que me jubilé en 1987. Actualmente me dedico a la enseñanza y a la investigación en la Universidad Iberoamericana, donde trabajo desde hace 26 años. Hasta antes de 2010, lo que llenaba mi vida era el trabajo académico. Durante casi cincuenta años, mi vida transcurrió sentada doce horas diarias, que repartía trabajando en el computador, sentada frente a un grupo de estudiantes y secuestrada dentro de un automóvil.
Descubro la Capoeira
Hacia el año 2001, cuando mi hijo me externó su deseo de practicar capoeira, esta palabra no me decía nada, desconocía totalmente su significado. ¿Qué es eso de capoeira?, le pregunté, “una arte marcial brasileña”, me contestó. La respuesta no me sonó tan agradable; sin embargo, David quedó inscrito al grupo Longe do Mar, en el estudio ubicado en la calle de Santa Ana, atendido por Rosalinda Pérez Falconi y Adolfo Flores.
Cuando comencé a darme cuenta de cómo en la práctica de esa arte marcial se cantaba al ritmo de instrumentos de percusión y cómo en el juego el cuerpo debía moverse sensualmente acompasadamente con la música, me gustó la elección hecha por mi hijo de aprender capoeira. Sin embargo, debo confesar que al presenciar las clases y esperarlo, observando monótonamente el calentamiento, la ginga, los parados de cabeza, las meia-luas, la cocorinha, las cinturas desprezadas y algunos saltos acrobáticos más; me decía “si yo estuviera más joven, me hubiera encantado poder llegar hacer lo que veo”. Recuerdo que esas tardes que iba a recoger a mi hijo, procuraba llegar a la roda que siempre hacían al final de la clase. No sólo me gustaba verla, sino que la disfrutaba mucho moviéndome al ritmo del pandero y el berimbau.
Después de seis años de práctica, David comenzó a dar clase de capoeira en el club familiar al que asistíamos los fines de semana. Un domingo, me invitó a hacer el calentamiento con su grupo, me sentía muy bien ejercitando mi cuerpo. Un buen día me dijo: “¿Quieres probar quedarte a la clase? Sólo haces lo que puedas”. Acepté y me quedé sorprendida de que pude realizar la mayor parte de los ejercicios que ejecutaban niños y jovencitos. A partir de entonces, con el monitor Biriba Branca (David), surgió en mí el gusto por la capoeira, naciendo con ello una nueva pasión en mi vida que, hermanada a la académica, me mantiene feliz y realizada.
Qué me ha dejado la capoeira
La capoeira me ha traído vida, me da vida. Estoy convencida que es la actividad que me mantiene vital y, sobre todo, feliz. Estoy segura que a la mayoría de quienes practican esta disciplina, cada uno según su edad, también les brinda y regala felicidad. Sí, nadie puede ser infeliz practicando capoeira.
Una de las cualidades del ser humano es cambiar y evolucionar, nosotros no somos los mismos a los quince, treinta o setenta años. Y, al parejo que nosotros vamos transformándonos, también la noción, la idea de lo que estimamos por felicidad, cambia. Pero la magia de la capoeira es ese obsequio de alegría y felicidad que también cambia junto con nosotros, ajustándose a nuestras posibilidades. Por ejemplo, a mis años, la capoeira me mantiene fuerte y con energía física, emocional, mental y espiritual. Física porque los ejercicios me mantienen sana y con buena condición; mental, al tener que memorizar los ejercicios, las secuencias, las canciones; el atender y cuidar la coordinación que se requiere para controlar los movimientos, para tocar y cantar, etc., han puesto a trabajar la parte cortical de mi cerebro. Emocional, porque la capoeira es una arte sensible, pasional, lúdica; y espiritualmente porque ha venido a reafirmar mucho mi carácter, mis convicciones. Todo ello ha repercutido en el desarrollo de mis proyectos y decisiones de vida. Puedo decir que desde que hago capoeira, he cambiado mucho, me he vuelto, incluso, más productiva académicamente, más activa, ha agilizado mucho mi mente y me ha hecho muy feliz.
Pero quizá el mejor provecho que me ha brindado este arte marcial, es que me ha sacado de la forma de vida individualista y hedonista que tenía antes de practicarla; un modo de vivir en el que se me dificultaba tomar en cuenta al otro. Me ha enseñado a salir de mí, a colaborar; y esto, lo debo a que la capoeira no se goza ni se disfruta a solas. Para vivirla necesitamos siempre del otro.
Ahora a estas alturas de mi vida, me duele pensar que algún día, cuando mis condiciones de salud me lo requieran, tenga que dejar la capoeira. Tal vez entonces mi felicidad también vaya desapareciendo, junto a mi vitalidad. Pero mientras tanto: ¡Gracias Capoeira! por el regalo maravilloso que me has dado. Gracias a Rosa y Adolfo que me apoyan tanto, y a mis maestros: David, Lobo y Batería, gracias por su paciencia.
Fotografías: Pupé Pierdant
[:en]
Por: Isabel Contreras Islas
Quién habla
Para que averigües un poco sobre quien te habla, te platico: Tengo sesenta y nueve años, estoy casada y tengo dos hijos. Soy Doctora en Letras por la UNAM, institución en la que presté mis servicios durante 28 años y de la que me jubilé en 1987. Actualmente me dedico a la enseñanza y a la investigación en la Universidad Iberoamericana, donde trabajo desde hace 26 años. Hasta antes de 2010, lo que llenaba mi vida era el trabajo académico. Durante casi cincuenta años, mi vida transcurrió sentada doce horas diarias, que repartía trabajando en el computador, sentada frente a un grupo de estudiantes y secuestrada dentro de un automóvil.
Descubro la Capoeira
Hacia el año 2001, cuando mi hijo me externó su deseo de practicar capoeira, esta palabra no me decía nada, desconocía totalmente su significado. ¿Qué es eso de capoeira?, le pregunté, “una arte marcial brasileña”, me contestó. La respuesta no me sonó tan agradable; sin embargo, David quedó inscrito al grupo Longe do Mar, en el estudio ubicado en la calle de Santa Ana, atendido por Rosalinda Pérez Falconi y Adolfo Flores.
Cuando comencé a darme cuenta de cómo en la práctica de esa arte marcial se cantaba al ritmo de instrumentos de percusión y cómo en el juego el cuerpo debía moverse sensualmente acompasadamente con la música, me gustó la elección hecha por mi hijo de aprender capoeira. Sin embargo, debo confesar que al presenciar las clases y esperarlo, observando monótonamente el calentamiento, la ginga, los parados de cabeza, las meia-luas, la cocorinha, las cinturas desprezadas y algunos saltos acrobáticos más; me decía “si yo estuviera más joven, me hubiera encantado poder llegar hacer lo que veo”. Recuerdo que esas tardes que iba a recoger a mi hijo, procuraba llegar a la roda que siempre hacían al final de la clase. No sólo me gustaba verla, sino que la disfrutaba mucho moviéndome al ritmo del pandero y el berimbau.
Después de seis años de práctica, David comenzó a dar clase de capoeira en el club familiar al que asistíamos los fines de semana. Un domingo, me invitó a hacer el calentamiento con su grupo, me sentía muy bien ejercitando mi cuerpo. Un buen día me dijo: “¿Quieres probar quedarte a la clase? Sólo haces lo que puedas”. Acepté y me quedé sorprendida de que pude realizar la mayor parte de los ejercicios que ejecutaban niños y jovencitos. A partir de entonces, con el monitor Biriba Branca (David), surgió en mí el gusto por la capoeira, naciendo con ello una nueva pasión en mi vida que, hermanada a la académica, me mantiene feliz y realizada.
Qué me ha dejado la capoeira
La capoeira me ha traído vida, me da vida. Estoy convencida que es la actividad que me mantiene vital y, sobre todo, feliz. Estoy segura que a la mayoría de quienes practican esta disciplina, cada uno según su edad, también les brinda y regala felicidad. Sí, nadie puede ser infeliz practicando capoeira.
Una de las cualidades del ser humano es cambiar y evolucionar, nosotros no somos los mismos a los quince, treinta o setenta años. Y, al parejo que nosotros vamos transformándonos, también la noción, la idea de lo que estimamos por felicidad, cambia. Pero la magia de la capoeira es ese obsequio de alegría y felicidad que también cambia junto con nosotros, ajustándose a nuestras posibilidades. Por ejemplo, a mis años, la capoeira me mantiene fuerte y con energía física, emocional, mental y espiritual. Física porque los ejercicios me mantienen sana y con buena condición; mental, al tener que memorizar los ejercicios, las secuencias, las canciones; el atender y cuidar la coordinación que se requiere para controlar los movimientos, para tocar y cantar, etc., han puesto a trabajar la parte cortical de mi cerebro. Emocional, porque la capoeira es una arte sensible, pasional, lúdica; y espiritualmente porque ha venido a reafirmar mucho mi carácter, mis convicciones. Todo ello ha repercutido en el desarrollo de mis proyectos y decisiones de vida. Puedo decir que desde que hago capoeira, he cambiado mucho, me he vuelto, incluso, más productiva académicamente, más activa, ha agilizado mucho mi mente y me ha hecho muy feliz.
Pero quizá el mejor provecho que me ha brindado este arte marcial, es que me ha sacado de la forma de vida individualista y hedonista que tenía antes de practicarla; un modo de vivir en el que se me dificultaba tomar en cuenta al otro. Me ha enseñado a salir de mí, a colaborar; y esto, lo debo a que la capoeira no se goza ni se disfruta a solas. Para vivirla necesitamos siempre del otro.
Ahora a estas alturas de mi vida, me duele pensar que algún día, cuando mis condiciones de salud me lo requieran, tenga que dejar la capoeira. Tal vez entonces mi felicidad también vaya desapareciendo, junto a mi vitalidad. Pero mientras tanto: ¡Gracias Capoeira! por el regalo maravilloso que me has dado. Gracias a Rosa y Adolfo que me apoyan tanto, y a mis maestros: David, Lobo y Batería, gracias por su paciencia.
Fotografías: Pupé Pierdant
[:]