Por: Oscar Domínguez Galo LDM
Corría la década de los noventa, no recuerdo el año con exactitud, sólo que era uno de esos domingos de películas que acostumbrábamos en casa, en esa ocasión nos tocó ver Only the Strong -la pasaban en canal cinco-. A mi hermano y a mí nos emocionó bastante, al grado que la rentábamos seguido para intentar hacer los movimientos, en ese tiempo no salíamos tanto a la “civilización” y no podíamos saber si existían lugares en México, en dónde aprender aquello que se nos hacía mágico desde el nombre: Capoeira.
Al pasar el tiempo y no encontrar capoeira aquí, intentamos otras disciplinas como el Karate, Box y el Full Contact, que era el deporte de moda, ninguno nos convenció, pero no por ello dejaron de ser útiles, ya que aquí en el barrio donde vivo, crecimos como las milanesas “a madrazos” y en alguna época ese fue el pan nuestro de cada día.
Después la vida se volvió más dura y nos olvidamos de la capoeira por un tiempo. Mi situación se tornó algo complicada, deambulaba entre pandillas y delincuencia en exceso. Andaba pelón y me hice tatuajes, de esos por los que la gente te clasifica como basura. Desmadre, pura mala aventura de cuetazos, peleas, drogas, pillajes… en fin. Pero llego el día en el que todo eso me comenzó a cansar, vi a mis amigos ser asesinados, a otros caer presos e incluso yo estuve a punto de terminar en una tumba o de ir a la cárcel. Harto de vivir con miedo, cuidándome de todo y de todos, de no poder salir de mi barrio sin preguntarme si iba a regresar. Eso tenía que cambiar y lo comencé a intentar, pero sin lograrlo. Hasta que un día mi hermano llegó a casa emocionado diciéndome:
-¿Qué crees que acabo de ver? Salí temprano de la escuela y me fui a dar una vuelta a Center Plaza y encontré un lugar donde enseñan capoeira, me voy a inscribir, ¡vamos!-
La idea me agradó, pero yo no podía ir, mis horarios escolares y la distancia no se acomodaban, pero él me comenzó a enseñar los movimientos que aprendía, los practicábamos los fines de semana. Así pasaron varios meses, hasta que me invitó a su Batizado, fue en el 4º Encuentro Nacional de Capoeira. Lo poco que yo conocía de tal disciplina y que tanto me había gustado, era nada comparado a lo que encontré en ese teatro. Ver gente volar y torcerse de esa manera en el piso, a ritmo de música en vivo, simplemente me enamoró, a pesar de que yo decía que el amor a primera vista era una patraña.
A la semana siguiente hice todo para que mis horarios se acomodaran y así poder ir a aprender capoeira. Una vez ahí, comenzó el cambio que yo tanto esperaba. No solo fue el entrenamiento, sino la gente que conocí ahí, comencé a entrenar con Guerreiro, quien se convirtió en más que un amigo. Me impulsó a darle un giro a mi manera de pensar e interesarme mucho más en la cultura de la capoeira. Me ayudó a descubrir que tenía facilidad para en la música, que podía tocar un tambor y cantar al mismo tiempo. Jamás me imaginé tocar un berimbau o estar frente a otra persona tirando y esquivando golpes, sin terminar en el hospital o en la delegación. Yo era bueno en las peleas callejeras, pero aquí me di cuenta que eso no me servía de nada y comencé a trabajar mi cuerpo de maneras que nunca se me hubiera ocurrido. La capoeira, sin darme cuenta, me comenzó a influir de una manera que aún hoy, no alcanzo a entender.
Así fue, como de pronto, mi vida cambió por completo, mis amigos eran otros, el tiempo que antes pasaba en la calle, ahora prefería estar entrenando en las academias o en los talleres de batucada y de batería de capoeira. Comencé a entrenar más que mi hermano, aunque nunca llegue a su nivel, él siempre ha sido muy bueno para todos los deportes y yo nunca fui un atleta, pero aquí me sentía parte de algo importante, sentía que era algo que estaba cambiando el mundo, al menos mi mundo.
Ahora volteo a ver al “Lokillo”, que era el apodo con el que me conocían en las calles, y me avergüenzo, pero luego me doy cuenta que sin el “Lokillo” el Galo –como ahora me llaman-, jamás habría existido. La capoeira cambió mi vida, se convirtió en una guía filosófica para mí día a día, pero tengo que mencionar, que más que la capoeira en sí, fue toda la familia que conocí a través de ella. Tuve la fortuna de conocer la capoeira en el grupo indicado, porque me doy cuenta que si no ha sido en Longe do Mar, ahora no estaría escribiendo estas líneas.
Finalmente, quiero agradecer a las personas que tocaron mi vida y de manera inconsciente ayudaron muchísimo a cambiarla: Guerreiro, Tinajas, Guerrerito, Bob Esponja, M. Cigano, Luis Baby, Cavalo, Pere, Banano, Marimbondo, Boné, los Simpas, y a los nuevos amigos: Jesús, Yayis, Baloo y a todas esas personas que conforman esta gran familia llamada LONGE DO MAR, son el plumaje de este Gallo, gracias y…
¡Axé Capoeira!