Soy Fernando Tapia Rodríguez, mejor conocido como Frango pero la banda también me dice Pollito. Pertenezco a LDM desde el año 2010. Ese año, una serie de eventos en mi vida personal, me orillaron a buscar una manera de fortalecerme para evitar convertirme en víctima. Lo que decidí fue aprender un arte marcial y, después de realizar una búsqueda, encontré un artículo que hablaba de la capoeira. Ni siquiera sabía que existía. El énfasis en la musicalidad, las premisas de libertad, el respeto y no discriminación despertaron mi curiosidad, sólo tuve que ir a una clase con M. Cigano para saber que quería hacer eso toda la vida. Pasó un año para que perdiera la timidez y me animara a entrar al taller de samba con CM. Rosalinda, ahí, como dirían los brasileños: me apaixonei… y desde entonces ambas prácticas van de la mano, complementándose una con otra.
Antes de todo eso, Brasil sólo era un país, sólo era una parte muy extensa del mapa al sur del continente… Poco a poco fui conociendo sus tambores, su música, su manera de moverse, su idioma y hasta su manera de amar. Para ese momento, mi vida cambió súbitamente, cambié de trabajo, se transformó mi estilo de vida, cambié de casa, cambié de actitud y comencé a ser feliz… También comencé a hacerme preguntas, sobretodo acerca de mi pertenencia social y cultural ¿cómo era posible que me identificara con una cultura tan lejana como afirmar que se encuentra del otro lado del mundo?
Una plática con un brasileño fue la chispa para darme cuenta de lo sencillo que en esencia resultaba hacer ese sueño realidad: sólo tuve que poner una fecha en el calendario, administrarme y ahorrar. Mi destino: dos semanas en Río de Janeiro, el cliché, quizá, pero moría de ganas de vivir en la gran ciudad ¡la gran ciudad con mar y selva! Mientras esperaba a que llegara la fecha, una amiga brasileña del trabajo me sugirió ver una telenovela de su tierra y en menos de seis meses ya podía entender el idioma con dificultades mínimas y comunicarme usando expresiones comunes. Hoy hace una semana que regresé de Brasil y ahora les comparto mis experiencias en esa tierra maravillosa.
En Brasil me recibió Juanjo Tartaruga, un aventurero monitor de nuestro grupo que lo dejó todo por rodar en bicicleta desde México hasta allá. Hoy lleva un año viviendo en Río y se convirtió en carioca, el carioca más feliz que conocí (carioca es el gentilicio de los moradores de la ciudad, como el chilango del D.F.). Me mostró la ciudad y no pasó mucho para que me sintiera cómodo en ella, pronto me di cuenta que somos más parecidos de lo que creemos, entre los brasileños y los mexicanos, la diferencia es básicamente es el idioma.
Río es una ciudad vibrante capaz de seducir a cualquiera. Me aventuré por sus calles, me maravillaron sus colores -grafittis creativos por todos los rincones- ¡su música! samba y baile funki desde el primer rayo de sol. Su ritmo veloz y la paz que le regala a todos el mar… Sus contrastes: el penthouse con vista a la «favela». Tantas cosas que comprobar, tantas cosas que descubrir y tan poco tiempo.
Algo que me asombró es que muchas personas allá no tienen inhibición en disfrutar su cuerpo. Gran diferencia a nuestra cultura en la que nos avergüenza casi todo lo que implique expresarnos, pues el simple hecho de movernos puede ser motivo para ser estigmatizado con alguna preferencia o identidad sexual. Allá no importa el color de piel, tipo de cuerpo, sexo… lo único que necesitas es unir tu voz, vibrar al mismo ritmo y compartir. En cierto sentido, me hallé… en su música, en su vida cotidiana, en su vida nocturna, en sus ritmos y sus gestos. Platicando con la maestra que me regaló fascinantes clases de baile durante mi estancia, reflexionamos acerca de algo característico de las grandes ciudades: la carencia de identidad y por ende la búsqueda de la misma… y de repente todo tuvo sentido, cómo no identificarse con una cultura que antes de este viaje resultaba tan ajena, todo tuvo sentido pues todos somos mezcla: de razas, de ritmos, de colores, estamos juntos e misturados.
La clase de capoeira que tomé no fue con algún Mestre famoso, o con alguien que perteneciera a una estirpe de línea directa de capoeiras legendarios, simplemente tome una clase de capoeira. Después de esa experiencia no creo ser mejor o peor, pero creo que definitivamente enriqueció mi percepción acerca de ella. Regresé más inspirado. Reconocí el valor, por sobre muchas otras cosas, que tiene la música, y recordé las palabras de un gran Mestre: en la capoeira, la música es para el capoerista como el agua es para un pez. Una sola clase volvió a despertar mi curiosidad, ahora quiero conocer más formas, más lenguajes, más ritmos. Con certeza volveré, volveré para hacer capoeira, para bailar, solo para vivir de esa manera vibrante, con certeza volveré a Brasil, mientras tanto, esta exposición a la cultura brasileña me ha dejado con muchas más ganas de trabajar y de compartir esa alegría que conocí con mi familia LDM aquí en México, porque creo que ser feliz se puede compartir, porque eso lo aprendí en casa, por eso #YoSoyLDM.