Por: Alejandra Benítez Silva, Prof. Mãozinha
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Mi primera clase de capoeira es un recuerdo lejano, ya pasaron poco más de diez años; de la fecha no tengo claridad, sólo sé que fue en los primeros años de este siglo. Desde entonces he tomado muchísimas clases, sacando las cuentas, el número es superior a mil.
De las certezas que tengo al respecto es que mi primera clase estuvo a cargo de Rosalinda Pérez en Odara Santa Ana. Rosita la profesora, Rosita la fuerte y atlética, Rosita la directora del grupo, Rosita la bailarina, Rosita la que jugaba para matar, Rosita la que no perdonaba ni un error y la que no dudaba en hacer evidente dónde estaba el error. Rosita mi maestra, Rosita mi amiga. Rosita la parte aguas en la capoeira mexicana. Rosita queridísima y entrañable para mí y para muchas personas –estoy segura.
También puedo asegurar que en mi primera clase, quien ayudaba a la maestra era Boa Gente. También estaba el Guitarrón, el Quebra, los dos Simpas, Erandi, Nadin y Aladino. Seguramente había otros alumnos[1], pero era la época que nadie importaba en la capoeira más que la gente avanzada, ¿habrá cambiado de verdad o sólo habrá cambiado mi percepción? Ojalá tanto las cuestiones jerárquicas como mi perspectiva hayan cambiado.
Otra certeza es que ha cambiado abismalmente el nivel y la complejidad de los movimientos que hacemos. Antes, lo más complicado era hacer un macaco y un aú sin manos era una de las acrobacias más aplaudidas y valoradas. Ahora, el macaco es uno de los movimientos básicos a aprender en los entrenamientos y la gente nueva nos asombra con cosas que hace diez años no hubiéramos imaginado.
Dentro de las primeras clases recibí una rasteira. Supongo que fue con la mejor técnica porque sólo sentí primero flotar en el aire y luego, azotar duramente en el piso. Esto fue de obra de uno de los alumnos más avanzados. “Capoeira… se um dia ele cai, cai bem”[2] dice la canción. Sin embargo, tengo mis dudas de que este axioma se cumpla en las primeras clases.
A mis primeros entrenamientos iba con mi mejor amiga de la Universidad. Después de algunas clases ella abandonó la capoeira. En ese momento no entendí que no le había gustado. Después descubrí que lo que no soporta de la capoeira es la gente protagónica. En cambio a mí, de lo que más me apasiona y lo que amo de la capoeira es la gente: gente que siente que cada instante está en el centro del escenario de la vida, que se está jugando la vida misma a cada momento y que te obliga a verla por el esfuerzo físico y emocional de intentar cada día algo nuevo. Amo su teatralidad, su corporalidad, su deseo hecho movimiento, su lucha con y por la vida, la intensidad de personalidades, su perseverancia, su gracia, su ritmo, su erotismo, su ginga en el corpo y su samba no pé.
Recuerdo de mi primera clase un gran cansancio y una taquicardia terrible, una descoordinación que me hizo dudar de mis capacidades psicomotrices. Al paso de los años, no he dejado de sentir ninguna de estas sensaciones al término de cada clase. La diferencia es que ahora me parecen familiares. Además, cada vez me recuerdan la importancia de intentar y nunca rendirse, de trabajar hasta lograr lo deseado, el goce de sentir las consecuencias de hacer un esfuerzo y de intentar algo que mi cuerpo no imaginaba.
Más de diez años después de haber tomado mi primera clase de capoeira; de haber participado en más de mil entrenamientos; de admirar a mi maestra igual o más que el primer día; de no estar de acuerdo en una rasteira que signifique la arrogancia y supremacía de alguien; de cambiar mi percepción sobre las personas nuevas y las avanzadas; de haber aprendido a querer –casi de una manera obsesiva- la intensidad de las y los capoeiristas; de seguir teniendo problemas de psicomotricidad y de seguir intentando cada movimiento hasta –casi lograrlo–, puedo decir que valió la pena. Valió la pena el trayecto que me ha traído a cumplir tantos años en la capoeira, tantos años en Longe Do Mar que para mí, es sinónimo de capoeira. Valió la pena porque hoy con ustedes #YosoyLDM.
[1] Digo “otros” en masculino porque la mayoría eran hombres.
[2] Mi traducción es: La/el capoeirista si un día cae, cae bien.
Muy buena nota Ale, deberíamos buscar un mecanismo para compartirla con otras mujeres que inician en la capoeira.
¡Saludos!